Vista la masiva
manifestación celebrada en motivo de la Diada de Cataluña del año
pasado todo el mundo se precipitó a ofrecer muy distintos análisis
y pronósticos acerca del verdadero significado y valor de aquella
impresionante afluencia ciudadana a una convocatoria catalizada por
l’Assemblea Nacional de Catalunya y l’Associació de Municipis
per la Independència.
En el epicentro de la
crisis, el debate económico protagonizaba las mesas de tertulia
dentro y fuera de nuestro país y en cada una de ellas se valoraba
distintamente el acontecimiento. Las inercias de las movilizaciones
del 15 M comenzaban a integrarse en la política civil reclamando su
espacio dentro del día a día ciudadano.
Como colofón a la
manifestación del 2012, l’Assemblea Nacional de Catalunya, se
reunió con los dirigentes políticos en el Parlament y exigieron que
semejante llamamiento popular fuera escuchado. Fue entonces cuando un
Artur Mas, erosionado por su política de recortes y las deleznables
imágenes de represión policial, dio un giro copernicano en su
postura cabe el movimiento independentista catalán proponiéndose
como abanderado del proyecto a cambio de una mayoría absoluta en
unas elecciones anticipadas que se celebraron el 25 de noviembre de
2012.
Así sucedió que,
ante el órdago de CIU, Catalunya respondió ofreciéndole un
gobierno en coalición que debería contar con la participación de
ERC dando, así, al traste con su ansiada carta blanca.
Catalunya no creyó a
Artur Mas pero sí quería seguir indagando en la vía hacia la
independencia, por ello dobló el apoyo a una ERC que velase por el
cumplimiento de la palabra dada y recalcó el gesto entregando 3
escaños a las CUP que canalizaron formidablemente un discurso social
que protestaba contra el encorsetamiento de una democracia tocada de
muerte por los escándalos bancarios y la corrupción política.
Vale la pena recordar
todo ello para evidenciar la calidad democrática de los catalanes y
su autoridad política ante la multitud de voces que se afanan en
desacreditar los pasos que se están dando hacia la independencia.
Un año más tarde las
mismas tertulias se ven obligadas a suavizar sus posturas y la España
única no tiene más remedio que reconocer que no lo es. Otra cosa
muy distinta es que lo refleje en su discurso pero hasta el más
miope y obtuso de los políticos se da cuenta de que la realidad
española a medrado más allá de la estrecha maceta que el discurso
institucional se molesta en regar, hasta el punto que la fuerza de la
democracia real ha empezado ya a resquebrajar el árido corsé de
nuestra constitución.
No son pocas las voces
españolas que entienden el proceso que se está dando en Catalunya.
Lo cierto es que el progreso económico de tantos años ha permitido
a los ciudadanos de toda la península recorrer y conocer la compleja
realidad de un país como España. Muchos sabemos lo que es Madrid,
Andalucía, Galicia, Valencia, Euskadi y Catalunya sin necesidad de
intermediarios ni voceros. Cada día resulta más difícil engañar a
una ciudadanía cuya cultura no ha parado de crecer y ello
esteriliza, por momentos, los discursos institucionales que han
tolerado la diversidad sin desearla, que la han soportado sin
protegerla y aún menos apreciarla en su genuina riqueza.
El proceso
independentista catalán es un valioso ejemplo de cómo la realidad
rehúye los discursos deshonestos y se resiste, en su complejidad, a
las definiciones doctrinarias. Lejos de las teorías que tratan de
pintar a los catalanes como víctimas ovinas de un pérfido Rasputín
convergente, éstos se pronuncian con legitimidad y para ello, muy
acertadamente, prescinden de los políticos y sus partidos para
organizarse y expresarse. El movimiento ciudadano de base es,
efectivamente, el motor y combustible de cuanto está sucediendo y
los políticos no son más que el paquidermo sagrado que la gente
está obligando a caminar a base de la acción pacífica y visible a
todo el que se moleste en quitarse la sudada venda centralista de los
ojos.
El habitual baile de
cifras no es más que la demostración de que en este país la
realidad vive desterrada de las instituciones: La Generalitat contó
1.600.000 participantes, el ABC dice 350.000, Interior apunta 400.000
y había 466.800 inscritos. Así que cogeremos la cifra del
Washington Post de 1.000.000 de participantes esperando ser lo
suficientemente elocuentes al señalar que la payasada de la
manipulación de números ya no tiene gracia y entorpece la
interpretación civil, que es la verdaderamente importante.
1 de cada 7 catalanes
salió de su casa, muchos de ellos recorriendo Kms de carretera, para
estrechar la mano de sus paisanos por la independencia con las
limitaciones evidentes que orquestar una acción semejante alberga.
¡1 de cada 7!
Al gobierno no se le
ocurre nada más brillante que hablarnos, una vez más, de la mayoría
silenciosa. Una mayoría silenciosa que, para ellos y al contrario de
lo que indica el refrán, calla pero no otorga.
Cada
uno se puede hacer una idea propia de lo que quiere esa mayoría
silenciosa pero en democracia, por fortuna, ya está inventado el
medio de escrutinio de la voluntad popular: en efecto, las urnas. De
modo que quienes apelan al silencio no parecen tener ni idea de
democracia o, lo que es peor, prefieren no practicarla.