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dimarts, 24 de setembre del 2013

Reaccions a la Diada, Columna de Rafael Ortiz

Columna de Rafael Ortiz respecte les reaccions a la Via Catalana des de l'estat espanyol.




Vista la masiva manifestación celebrada en motivo de la Diada de Cataluña del año pasado todo el mundo se precipitó a ofrecer muy distintos análisis y pronósticos acerca del verdadero significado y valor de aquella impresionante afluencia ciudadana a una convocatoria catalizada por l’Assemblea Nacional de Catalunya y l’Associació de Municipis per la Independència.
En el epicentro de la crisis, el debate económico protagonizaba las mesas de tertulia dentro y fuera de nuestro país y en cada una de ellas se valoraba distintamente el acontecimiento. Las inercias de las movilizaciones del 15 M comenzaban a integrarse en la política civil reclamando su espacio dentro del día a día ciudadano.
Como colofón a la manifestación del 2012, l’Assemblea Nacional de Catalunya, se reunió con los dirigentes políticos en el Parlament y exigieron que semejante llamamiento popular fuera escuchado. Fue entonces cuando un Artur Mas, erosionado por su política de recortes y las deleznables imágenes de represión policial, dio un giro copernicano en su postura cabe el movimiento independentista catalán proponiéndose como abanderado del proyecto a cambio de una mayoría absoluta en unas elecciones anticipadas que se celebraron el 25 de noviembre de 2012.
Así sucedió que, ante el órdago de CIU, Catalunya respondió ofreciéndole un gobierno en coalición que debería contar con la participación de ERC dando, así, al traste con su ansiada carta blanca.
Catalunya no creyó a Artur Mas pero sí quería seguir indagando en la vía hacia la independencia, por ello dobló el apoyo a una ERC que velase por el cumplimiento de la palabra dada y recalcó el gesto entregando 3 escaños a las CUP que canalizaron formidablemente un discurso social que protestaba contra el encorsetamiento de una democracia tocada de muerte por los escándalos bancarios y la corrupción política.
Vale la pena recordar todo ello para evidenciar la calidad democrática de los catalanes y su autoridad política ante la multitud de voces que se afanan en desacreditar los pasos que se están dando hacia la independencia.
Un año más tarde las mismas tertulias se ven obligadas a suavizar sus posturas y la España única no tiene más remedio que reconocer que no lo es. Otra cosa muy distinta es que lo refleje en su discurso pero hasta el más miope y obtuso de los políticos se da cuenta de que la realidad española a medrado más allá de la estrecha maceta que el discurso institucional se molesta en regar, hasta el punto que la fuerza de la democracia real ha empezado ya a resquebrajar el árido corsé de nuestra constitución.
No son pocas las voces españolas que entienden el proceso que se está dando en Catalunya. Lo cierto es que el progreso económico de tantos años ha permitido a los ciudadanos de toda la península recorrer y conocer la compleja realidad de un país como España. Muchos sabemos lo que es Madrid, Andalucía, Galicia, Valencia, Euskadi y Catalunya sin necesidad de intermediarios ni voceros. Cada día resulta más difícil engañar a una ciudadanía cuya cultura no ha parado de crecer y ello esteriliza, por momentos, los discursos institucionales que han tolerado la diversidad sin desearla, que la han soportado sin protegerla y aún menos apreciarla en su genuina riqueza.
El proceso independentista catalán es un valioso ejemplo de cómo la realidad rehúye los discursos deshonestos y se resiste, en su complejidad, a las definiciones doctrinarias. Lejos de las teorías que tratan de pintar a los catalanes como víctimas ovinas de un pérfido Rasputín convergente, éstos se pronuncian con legitimidad y para ello, muy acertadamente, prescinden de los políticos y sus partidos para organizarse y expresarse. El movimiento ciudadano de base es, efectivamente, el motor y combustible de cuanto está sucediendo y los políticos no son más que el paquidermo sagrado que la gente está obligando a caminar a base de la acción pacífica y visible a todo el que se moleste en quitarse la sudada venda centralista de los ojos.
El habitual baile de cifras no es más que la demostración de que en este país la realidad vive desterrada de las instituciones: La Generalitat contó 1.600.000 participantes, el ABC dice 350.000, Interior apunta 400.000 y había 466.800 inscritos. Así que cogeremos la cifra del Washington Post de 1.000.000 de participantes esperando ser lo suficientemente elocuentes al señalar que la payasada de la manipulación de números ya no tiene gracia y entorpece la interpretación civil, que es la verdaderamente importante.
1 de cada 7 catalanes salió de su casa, muchos de ellos recorriendo Kms de carretera, para estrechar la mano de sus paisanos por la independencia con las limitaciones evidentes que orquestar una acción semejante alberga. ¡1 de cada 7!
Al gobierno no se le ocurre nada más brillante que hablarnos, una vez más, de la mayoría silenciosa. Una mayoría silenciosa que, para ellos y al contrario de lo que indica el refrán, calla pero no otorga.
Cada uno se puede hacer una idea propia de lo que quiere esa mayoría silenciosa pero en democracia, por fortuna, ya está inventado el medio de escrutinio de la voluntad popular: en efecto, las urnas. De modo que quienes apelan al silencio no parecen tener ni idea de democracia o, lo que es peor, prefieren no practicarla.